viernes, 21 de junio de 2013

UNA MAÑANA DE RESIGNACIÓN

Deseo compartir con ustedes, mi primer cuento (2009 más o menos) lo pueden encontrar también en planetalibro.net.com bajo el título "El Silencio obtuso de las palabras". Le daré un pequeño descanso al tema de las AFP vs ONP, no mucho, que no se ilusione AFP Prima.


UNA MAÑANA DE RESIGNACION


Muy de mañana, como todos los días, inclusive los de descanso, después de su acostumbrado baño, Eduardo desciende con precaución la empinada escalera que lo comunica con una reluciente cocina, dar un mal paso y su exceso de peso lo obligaban a ser muy cuidadoso.

Buenos días señora Inés, mientras frota nerviosamente sus pequeñas y blancas manos, buenos días hijo, pasa; Eduardo como cuidando no tropezar con nada se dirige al comedor, envidiaba la sencilla elegancia, pulcritud y el calor de ese hogar que de niño tantas veces lo cobijó.

La mesa estaba preparada, el pan francés calientito, la mantequilla en su lugar, muy pronto doña Inés, por quien no pasaban los años, le alcanzaba un humeante quaker con cocoa; jaló con delicadeza una de las cómodas sillas y se dispuso a desayunar.

Se sentó doña Inés  frente a él, con su habitual taza de café negro pasado y, mientras bebía a sorbos largos el aromático grano, contemplaba  a aquel hombre que, con la calma de su temprano amanecer desayunaba placenteramente, compañero de estudios de sus hijos, ya no le sorprendía, por la fuerza de verlo, como las canas habían invadido su lacio cabello; siempre le reprochó su carácter impulsivo y contestatario, causante en ocasiones de la pérdida de amigos y trabajo; recordó al padre, cerrajero, pobre, austero,  tanto o más vehemente que el hijo, lo crió a él y su hermano en soledad, con la furia de la impotencia y un grito mudo de amor que su corazón guardaría hasta la muerte, la cual llegó, como llega la noche a despedir al sol.

Pensó por un  instante en sus dos hijos, habían logrado destacado desarrollo profesional, ya no estaban con ella, sus obligaciones y compromisos impedían verlos a menudo, el rostro canela se contrajo y la mirada de acero de esa mujer que los años no lograban vencer se nubló, más, el alma noble y generosa, la fuerza de la raza pronto, sin advertirlo su huésped, adquirió el semblante sereno de la senectud.

Eduardo terminaba ya su desayuno y en el último sorbo, posó sus ojos en el rostro de doña Inés y un gesto, de profundo agradecimiento  se dibujó en su faz, se dirigió a su anfitriona despidiéndose con un cálido hasta luego, traspuso el umbral y el grato perfume a jazmín de la planta ubicada en el primer piso, renovaba cada mañana su espíritu,  llenándolo  de esperanza, de amor y  deseo de servir al prójimo;  bajó sin prisa y recorrió, con pasos alegres y cantarines el estrecho pasadizo hasta llegar a la puerta de entrada  de la pequeña y muy segura quinta, era una mañana de primavera, las hojas de los árboles  anunciaban la estación de las flores, esa cuadra resultaba ser especial y contrastaba con las aledañas, tan de concreto,  tan llenas de soledad; Eduardo aspiró profundamente, exhaló de golpe y continuó su marcha, de pronto advirtió frente a él, a una hermosa mujer de turgentes senos que se insinuaban generosamente a través de la delicada y bien ceñida blusa calada, entre crema y dorada, que vestía, imaginando las hermosas piernas que se dibujaban tras un  exquisito pantalón de color fresa que en cualquier momento,  Eduardo temía reventara, calzaba unos zapatitos rosados de tacos no muy altos y con pequeñas cintas, que dejaban al descubierto unos exquisitos pies, magníficamente  formados, sin duda una  invitación a atesorarlos dentro de las manos expertas y varoniles de un diligente admirador.  La agraciada joven  dirigió su mirada hacia Eduardo,  iluminándose  sus grandes ojos de gata, con toda la graciosa coquetería de la mujer limeña.

La figura femenina, sobre todo las de aquellas que dedican cuidado extremo a sus atributos personales, turbaban su tranquilidad y le recordaban los meses de abstinencia sufridos, por un instante más Eduardo miró el cuadro completo, regalado exclusivamente para sus lujuriosos ojos y se resignó, como todos los que admiran La Gioconda, a no tenerlo.

Eduardo se concentró en otro tema, los ocasionales viandantes que como él, se dirigían a laborar, todos, sin excepción, eran dueños de su propia historia, de su pequeño mundo, plagado de  triunfos y derrotas, de  éxitos y frustraciones, bastaba verlos con atención,  más de uno tenía la mirada fija en el horizonte, como esperando un futuro que no terminaba en llegar, pensando, tal vez en el sueldo, siempre insuficiente y las crecientes necesidades estimuladas por un comercio implacable, el pago de la renta y los demás compromisos, incluidos los caprichos de la moda,  o tal vez en su puesto de trabajo y lo difícil de conservarlo por no tener asegurada la estabilidad, carcomidos en su raciocinio por una torpe disputa mañanera en el seno de su hogar o acaso en un amor ido y sin esperanzas de recuperarlo.
Una combi se detuvo justo en la berma que iba a cruzar,   subiéndose una pareja, ella con un bebé en brazos, él se dirigió a los viajantes y después de un ceremonioso saludo, consabidas disculpas y de contar las penurias sufridas y las esperadas, pidió el apoyo de sus escuchas  consistente en la adquisición de unos caramelos; mientras este hombre de pequeña estatura, de bigotes ralos, encorvado, inusual en aquellos que no llegan a las seis décadas, de rostro cetrino  y vestido con la pobreza dejada por la desesperanza,  pasaba por los asientos de cada uno de los pasajeros ofreciendo el dulce, ella,  que no pasaba del metro cincuenta, de largas trenzas, con el rostro semejante a su compañero, de no más de treinta años de edad y vestida con un conjunto amarillo y blanco muy gastado, francamente grande, conservaba la limpieza no  fácil de advertir en los provincianos afincados en la Capital, perdidos en los vericuetos del infortunio, ¡son ellos los dueños de las invasiones en la periferia de Lima!, incrementando la oferta de mano de obra determinante de la persistente disminución del salario,  usaba chancletas aseguradas con un sucio pedazo de pabilo,  dejando al descubierto unos pies maltratados y callosos, empeñándose en reforzar la historia de sus tribulaciones y problemas, haciendo hincapié en las necesidades de su pequeño hijo; ningún pasajero, reconoció Eduardo, los miraba directamente, uno que otro les “levantó la moral”, sintiéndose en el ambiente una renovada angustia y una amargura  rayana en la piedad desencadenada por la desigualdad social.


Con paso acelerado, una vez que partió la “combi”, continuó su acostumbrada caminata, la empresa a la cual prestaba servicios se encontraba un par de cuadras de donde estaba y en línea recta, con trancos largos Eduardo avanzó, no demoró más de cinco minutos para  hallarse frente a la puerta de ingreso, el BMW del Gerente estaba estacionado, aceleró el paso, marcó su tarjeta y se dirigió al departamento donde laboraba, saludó a los compañeros presentes, jaló su sillón, tomó asiento y con reclamada paciencia, cogióse con ambas manos la cabeza, mientras sus codos reposaban en el escritorio en actitud contrita, permaneciendo así por algunos minutos, luego de los cuales reparó que el Diario Oficial ya lo habían traído, lo tomó, exhaló un profundo suspiro y se sumergió en el estudio de las leyes que el día previo había dictado el gobierno.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Quedé picada a seguir leyendo, me gusta la forma descriptiva del entorno que puso a mi mente a trabajar haciéndome imágenes lo más cercanas posibles y llevándome a kilómetros de distancia. Felicidades

José Guillermo dijo...

Muchas gracias Lucy, es el primer comentario y muy alentador.

EXISTEN CUERVOS QUE NO SON MENSAJEROS DEL MAL, SON EL MAL MISMO

Mi esposa continúa AGRAVANDOSE, NO DUERME, solo dormita por escasos minutos sentada en una silla y a punto de caerse por su joroba, pues aho...