Deseo compartir con ustedes este “micro cuento”,
no había pensado en compartirlo en éste (mi blog), el encabezado es la reacción
que generó en mi que lo borraran incluso del muro de mi página en Facebook, por
tanto las referencia que no han sido alteradas corresponden a la fecha de los
sucesos (muy pocos días atrás).
Me gusta escribir, si lo hago bien o mal es un
tema que no puedo juzgar; hace no más de dos horas compartí un cuento pensado
hace varios días y que hoy me decidí a escribir
motivado por la pintura de una hermosa Casa compartida por un buen amigo,
sucede que el mismo ha desaparecido incluso del muro de mi página, no entiendo cómo
ha podido suceder, mas, imagino la poca gracia que le habrá hecho a los
homosexuales el primer párrafo del mismo.
Estas personas (los homosexuales) acusan de
intolerantes a los que nos oponemos a que su conducta y/o gusto se considere en
nuestro ordenamiento jurídico.
"No saben que soy gay" rezaba en una
camiseta en la reciente marcha por "la igualdad", como si el saberlo
supondría un premio o la existencia de una condición inexistente en la
naturaleza o una suerte de semejanza con alguna discapacidad que mereciera un
trato especial.
Luego la pregunta es: ¿Son los homosexuales
intolerantes con aquellos a los que les importa un "panamito frito"
-como al suscrito- que se comporten como les venga en gana, pero que se oponen
férreamente a su incorporación a nuestro Código Civil conductas que no deberían
siquiera debatirse?
Por lo expuesto, compartiré mi cuento una y otra y
otra vez tantas como sean capaces de borrarlo.
He aquí mi cuento:
PATRICIO
y ESMERALDA
Tiene el techo a dos aguas en una ciudad donde no
se reportan lluvias intensas en los últimos cien años, ubicada frente a una
avenida llena de luces, humo venenoso, no falta por cierto la tecnología para
el efímero pensamiento de los viandantes retando sin posibilidades a la vida,
ésta vibra frenética con todas sus edades, desde la más antigua hasta las
demasiado modernas, de pronto, una ráfaga de viento levanta polvo, también una
hoja de papel fino, los “especialistas” lo denominan “couche” desprendido de
alguna revista de las muchísimas jactanciosas de su apertura ciudadana, al
acercarnos vemos retratada a una pareja de jóvenes barbados uno cargando al
otro en pose de “mujer fatal”, dicen que son pareja.
Es una casa triste, oscura, abofeteada por el tiempo y el silencio de las rejas de seguridad enmohecidas por el viento salino, ¡imposible, el Océano está a más de 30 kilómetros! sentenciarán algunos!, están con moho es lo único cierto y del jardín testigo de todos sus días queda un poco de mala hierba y un Eucalipto que no pudo crecer , hoy agoniza sin reclamar su sustento.
Dos octogenarios son sus ocupantes y propietarios, Patricio y Esmeralda, el olor a madera se aspira no bien traspasamos la puerta de ingreso, finísimos muebles de caoba nos devuelven al pasado, al arte, que hoy es más económico; el comedor es el primer contacto, llena de toda clase de cosas la mesa da cuenta de los residuos del último alimento del día, ¡¿Cómo se puede comer en ese laberinto?!, la Sala unos metros más allá iluminada franciscanamente.
Pegado a la ventana con frente a la avenida, Patricio se concentra en la computadora, no existe vida en ella, para él es la vida que se va y no desea perderse un detalle, lleva sentado casi dos horas se pone de pie con gran dificultad y exclama: ¡Por las zorras de mi tiempo, ¿Qué haces mujer?, esas son mis medias!, Esmeralda lo mira con sus ojos cansados y responde, ¡calla viejo tonto, quiero estar tan cerca de ti como tú lo estás de esa máquina!.
Tocan el timbre, serán sus hijos pienso, es Margarita, se ocupa de la limpieza cada dos días me advierte en tono afable la dueña de Casa, me apresuro y abro la puerta.
Salgo por unos instantes, no es bueno interrumpir la tarea de la visitante, unos metros más allá observo un anuncio menesteroso comparado con los grandes y luminosos a lo largo de esa gran vía rápida, promocionan la obra teatral “En Lima nunca llueve”.
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