UN
CUENTO DE TERROR
Se paseaba nerviosa por
su amplia, vetusta y cómoda casa, olvidó en esos momentos sus obligaciones en
el hogar que le hubiera gustado compartir con sus cinco hijos y esposo, ya no
le importaba, veinte años de mala educación tenían un precio que debía pagar,
sus ojos se humedecieron, ¡quiero ver muertos a ese par de malditos! contrajo
sus manos, temblaban por la tensión al cerrarlas, y un fulgor demoniaco iluminaba
su mirada empañada aun al recordar su soledad.
Había comprado, coimeado
e incluso prometido favores a las autoridades judiciales para demorar los
juicios que ese par de viejos le habían interpuesto, no estaba obligada a
darles de comer, la vieja sufría de la
mente su esposo se conservaba fuerte, ya no tenían nada material todo se los quitó en complicidad con su
perverso marido, la vieja estaba a sus pies y
la manipulaba a su antojo pero no doblegaba la fortaleza espiritual del anciano luchador, no aceptaba, la todavía
buenamoza mujer, en su sed de revancha juvenil, que su próspera vida, la casa,
los autos y la educación universitaria de sus hijas mayores, tan perversas como ellos
eran, se la debían al apoyo económico de esos, hoy, zarrapastrosos viejos, ¡que
vengan a rogar ese par de desgraciados si quieren comer!.
Todas las noches la
anciana tocaba la puerta, guardiana de insospechados secretos de las familias
que vivieron en tan antigua morada, para recibir sobras, muchas gracias hijita
y se retiraba, mientras un llanto incontenible de furia derramaba su padre.
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