Racismo
Las expresiones proferidas esta semana por Martha Chávez en contra del expremier Vicente Zeballos han reactivado el debate sobre el racismo peruano. Cuando participaba en una sesión de la comisión de Relaciones Exteriores que discutía el nombramiento de Zeballos como representante del Perú ante la OEA –Washington–, Chávez dijo: «Quizá debió ir a Bolivia. Como moqueguano y como persona de rasgos andinos, es una persona que debería conocer y llevarse mejor con la población mayoritariamente andina o mestiza de Bolivia».
Una declaración de este calibre es excesiva incluso para quien nos ha acostumbrado a las peores salidas de tono, a defender el autoritarismo más airado, a proteger corruptos y a contaminar permanentemente el clima de tolerancia nacional, como Martha Chávez. Uno diría que sus palabras son tan profunda y explícitamente xenófobas que nadie se animaría a defenderlas (al menos, nadie que no sea un racista).
Pero, en medio de la abrumadora avalancha de críticas contra Chávez, hay un grupo de personas que se animan a mostrarse solidarias, a justificar sus expresiones e incluso intentan pasar a la ofensiva. Por una parte, están quienes lo hacen en defensa del espacio político que representa Martha Chávez: cualquier ataque al mismo solo puede provenir del enemigo y por eso hay que atajarlo. Por otra, quienes simplemente no ven racismo en el ataque a Vicente Zeballos.
Ambos grupos son igualmente significativos e infames. Los primeros, porque piensan que la ideología está por encima de los principios, que en la lucha política todo es válido y que al enemigo no se le puede conceder ninguna victoria, por más elemental que parezca. Los segundos, porque representan a ese núcleo duro del peor y más ancestral racismo peruano: ese que vive discriminando con tanta normalidad y constancia que es incapaz de darse cuenta que lo hace.
Falta mucho para erradicar por completo ese monstruo que es el racismo, que sirvió para justificar sistemas políticos como el apartheid, atrocidades como la «Solución al problema judío» o el genocidio del Congo. Aunque quede un buen camino por andar, en el Perú se ha avanzado en la identificación de este problema y en su combate, sobre todo desde la sanción social. Ojalá algún día podamos extirparlo del todo, comenzando por nuestras instituciones republicanas.
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