Frederick Leigthon,
¿Qué ausencia prístina anida en su alma,
recordándole acaso profunda mirada acerada?
¿Qué viejo perfume de nardo, de rosa, de dalia
guardan sus finas manos de nácar?
¿Qué sueños de fuego, de ríos, de mares, de risas,
de ayes agitan sus ansias?
¿Qué arrogantes caricias baten sus alas,
reclamando el carmín de la suave curva encontrada,
el calor de sus brazos hispanos,
el amor de su cuerpo de argento,
bañado por la diáfana luna de mayo?
Entonan los serafines salmódicas letanías
¡la noche es día y el día noche!
Cuando emigran las golondrinas
por que el estío termina ya,
como muere mi alegría por esta culpa mía
que ya no puedo evitar.
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