El artículo cuyo enlace comparto
lo he transcrito en su mayor parte, comprendo que en cosas del amor opinar
sobre lo que piensa otro (a) en el fondo puede tomarse como una falta de
respeto, pues el amor es una condición de la especie humana que se exterioriza
por nuestras madres desde que llegamos a este Mundo y lo experimentamos a lo
largo de nuestra vida con grados distintos de intensidad, desde el amor por
nuestros amiguitos (as) cuando no pasamos de los cinco años de edad que la
mayoría califica como amistad y la continuamos en la escuela y luego en la Universidad para finalmente
terminar formando un hogar bajo las reglas de la pareja (hombre/mujer
exclusivamente) que pueden ser las de Dios o la de los hombres.
Maritza Espinoza en mi concepto
es muy dura consigo misma, una libertaria del amor porqué tuvo uno o más
fracasos o porqué en el hogar donde se crio reinó el convencionalismo y no la
realidad del desencuentro. Pienso así y
por ello me decidí a comentar su artículo cuando llegué al párrafo con el que inicio esta entrada.
“Por eso, cuando veo en el Facebook las fotos de aquellas
celebraciones donde todos (hijos, nietos, nueras, yernos) elogian matrimonios
que han durado cincuenta, sesenta, setenta años, siempre miro los rostros
arrugados y forzadamente alegres de los homenajeados y trato de adivinar la
nube de minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las pequeñas
traiciones, los insultos callados, y me convenzo cada vez más que la monogamia
es la más terrible de las maldiciones que decretó la sociedad”.
Dentro de cuatro años cumpliremos
mi esposa y yo cincuenta años de casado, no vengo de un hogar funcional pleno
de amor, solidaridad y sueños compartidos, pero si algo marcó mi vida fue haber
conocido a una familia maravillosa con la que compartí, no lo que hubiera querido, gratos momentos de
distracción pero sobre todo de aprendizaje, hoy está ausente la querida señora
Luisa y su esposo del que nada sé desde que esa extraordinaria mujer partiera
al encuentro con el creador, ambos formaron un hogar lindo donde el amor
siempre reinó y seguro estoy señora Maritza Espinoza a lo largo de su unión
como en la formada por mi esposa y yo, se
han producido minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las
pequeñas traiciones, los insultos callados, (hasta aquí llega usted señora Maritza) los
desencuentros por puntos de vista diferentes, los pleitos, los deseos de mandar
todo al traste ¡¡porqué somos seres humanos con virtudes y defectos!!, y
cincuenta años es el tiempo que no tiene edad –como reza parte de una canción-
hoy cuando veo a mi esposa envejeciendo me pregunto qué habría sido de mí sin
ella o que habría sido de mí si en el otoño que ambos vivimos un espejismo
hermoso y primaveral hubiera anclado en este puerto que muy pronto habrá de
atracar.
No juzgue usted, señora Maritza Espinoza, con dureza las fotos que ve en el Facebook dando
fe de una vida con todas las gracias y orfandades que en ella se gestaron, que
los hijos sean unos hipócritas porque si los viejos tienen plata están
desesperados porque se mueran y si no la tienen esperan que dejen de joder lo
más pronto posible, piense que, no obstante todas las dificultades el amor pudo
más y los hipócritas llorarán, sólo
debemos esperar que las uniones que formen estos reflejen el amor que en vida los esposos se
brindaron mutuamente. Finalmente los hijos, nietos yernos o nueras son
consecuencia del amor de dos porque sólo dos llegan a esas fotografías aun
cuando la monogamia no haya distinguido sus conductas.
En cuanto a las agresiones las
relaciones humanas y las de pareja en particular son demasiado complejas para
anatemizar al varón como el demonio mismo, hoy en día las mujeres piden tener
derecho a matar a la vida que se desarrolla en su vientre, las mujeres deben
mirarse el ombligo antes de encajarle al hombre todas sus vicisitudes, el
Estado (no puedo asegurar que gobierno) debe dar una respuesta globalizante y
no pretender solucionar el problema metiendo a la cárcel a todo abusador, el
resultado, como lo estamos viendo es precisamente el contrario al efecto que se
busca.
Una acotación final, olvidó usted
a la familia “sindiásmica” antecedente de la monogamia actual.
LEAMOS AMIGOS GRAN PARTE DEL ARTÍCULO DE LA SEÑORA MARITZA ESPINOZA
http://larepublica.pe/domingo/1110621-no-me-ames-para-siempre-amame-hoy
NO ME AMES PARA SIEMPRE: ÁMAME
HOY
Maritza Espinoza
Domingo, 15 de Octubre del 2017
Porque, en un principio, fuimos
todos felices. Lo cuenta Engels en El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado: la sociedad primitiva era un alegre todos contra todos, la
pacífica familia punalúa, donde no existían obligaciones ni sanciones, y los
hijos nacidos de tales uniones eran criados, con amor, por el clan entero, pues
no existían bienes que heredar ni mujeres a las cuales obligar a la castidad
para probar que tu descendencia era tuya, como ocurrió después, ya en la edad
de los metales, cuando el hombre comenzó a explotar al hombre y a crear la
riqueza individual, madre de todas las desgracias.
Y desde entonces, aún ahora, el
amor, si no es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y
por la justicia de su causa que Dios defiende, es una pesada cadena que
arrastra cada uno de los implicados hasta que alguno no aguanta más y decide
romperla, un grillete electrónico que un buen día empieza a hacer tic tac, como
una bomba de relojería, una sentencia a cadena perpetua que, al final,
encuentra a dos seres humanos odiándose por toda la vida que no vivieron por
cumplir promesas que sabían que no cumplirían.
Por eso, cuando veo en el
Facebook las fotos de aquellas celebraciones donde todos (hijos, nietos,
nueras, yernos) elogian matrimonios que han durado cincuenta, sesenta, setenta
años, siempre miro los rostros arrugados y forzadamente alegres de los
homenajeados y trato de adivinar la nube de minúsculos odios rutinarios que
habrán ido acumulando, las pequeñas traiciones, los insultos callados, y me
convenzo cada vez más que la monogamia es la más terrible de las maldiciones
que decretó la sociedad.
Estoy segura que, cuando comenzó,
el romance de Lorena Álvarez y Juan Mendoza era un paraíso de amorosos
suspiros, donde ella prometió fidelidad eterna y él, nunca mirar a otra mujer
que no fuera ella (no lo sé a ciencia cierta, pero eso hacen todos los
enamorados cuando las hormonas bullen y el deseo se concentra en una sola
piel), y estoy segura de que Micaela de Osma y Martín Camino también fueron
novios felices, de esos de marcación telefónica y claves de WhatsApp
compartidas.
Si los seres humanos fuéramos
racionales, jamás prometeríamos fidelidad ni amor eterno, porque ni siquiera
sabemos quiénes vamos a ser en un par de años, porque solo Dios y los imbéciles
no cambian, y tratar de compensar nuestras tristes inseguridades con solemnes
juramentos no es más que una reverenda estupidez y, para muchas, un nudo
corredizo que, tarde o temprano, se cierra sobre sus delicadas gargantas.
Si fuéramos sensatos, digo,
prometeríamos amar hoy, y mañana de nuevo, y pasado mañana otra, y así cada
día, sin futuros ni calendarios ni obligaciones. Estoy segura de que, así, los
amores durarían florecientes hasta que se extinguieran, calmos, sin mostrar sus
pétalos marchitos, sus olores a cementerio ni sus tallos podridos. Pero no.
Desgraciadamente, nadie entiende el amor en libertad y trata de atarlo como
pueda. Porque la pequeñez de nuestros sentimientos hace que queramos estirarlos
como un chicle mil veces masticado y deglutido una y otra vez.
No digo que esa sea la causa de
la violencia en las parejas. Los factores son muchos y van desde factores
individuales hasta una crianza llena de taras y prejuicios. Sin embargo, estoy
segura de que esa necesidad de cazar al amor como a una mariposa, para
encerrarlo en un frasco llamado “estabilidad”, es el aderezo de ese plato
envenenado que la civilización judeocristiana llama “familia”. El mismo que
llevó a Juan Mendoza a decir algo tan salvaje como “no te mato, porque te amo”,
y a Martín Camino a arrastrar, como a animal rumbo al matadero, a la mujer que
un día juró amar y proteger.
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