domingo, 15 de octubre de 2017

MARITZA ESPINOZA Y LA FAMILIA PUNALUA


 “Por eso, cuando veo en el Facebook las fotos de aquellas celebraciones donde todos (hijos, nietos, nueras, yernos) elogian matrimonios que han durado cincuenta, sesenta, setenta años, siempre miro los rostros arrugados y forzadamente alegres de los homenajeados y trato de adivinar la nube de minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las pequeñas traiciones, los insultos callados, y me convenzo cada vez más que la monogamia es la más terrible de las maldiciones que decretó la sociedad”.


El artículo cuyo enlace comparto lo he transcrito en su mayor parte, comprendo que en cosas del amor opinar sobre lo que piensa otro (a) en el fondo puede tomarse como una falta de respeto, pues el amor es una condición de la especie humana que se exterioriza por nuestras madres desde que llegamos a este Mundo y lo experimentamos a lo largo de nuestra vida con grados distintos de intensidad, desde el amor por nuestros amiguitos (as) cuando no pasamos de los cinco años de edad que la mayoría califica como amistad y la continuamos en la escuela  y luego en la Universidad para finalmente terminar formando un hogar bajo las reglas de la pareja (hombre/mujer exclusivamente) que pueden ser las de Dios o la de los hombres.

Maritza Espinoza en mi concepto es muy dura consigo misma, una libertaria del amor porqué tuvo uno o más fracasos o porqué en el hogar donde se crio reinó el convencionalismo y no la realidad del desencuentro.  Pienso así y por ello me decidí a comentar su artículo cuando llegué al párrafo con el que inicio esta entrada.

“Por eso, cuando veo en el Facebook las fotos de aquellas celebraciones donde todos (hijos, nietos, nueras, yernos) elogian matrimonios que han durado cincuenta, sesenta, setenta años, siempre miro los rostros arrugados y forzadamente alegres de los homenajeados y trato de adivinar la nube de minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las pequeñas traiciones, los insultos callados, y me convenzo cada vez más que la monogamia es la más terrible de las maldiciones que decretó la sociedad”.

Dentro de cuatro años cumpliremos mi esposa y yo cincuenta años de casado, no vengo de un hogar funcional pleno de amor, solidaridad y sueños compartidos, pero si algo marcó mi vida fue haber conocido a una familia maravillosa con la que compartí, no  lo que hubiera querido, gratos momentos de distracción pero sobre todo de aprendizaje, hoy está ausente la querida señora Luisa y su esposo del que nada sé desde que esa extraordinaria mujer partiera al encuentro con el creador, ambos formaron un hogar lindo donde el amor siempre reinó y seguro estoy señora Maritza Espinoza a lo largo de su unión como en la formada por mi esposa y yo,  se han producido minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las pequeñas traiciones, los insultos callados,  (hasta aquí llega usted señora Maritza) los desencuentros por puntos de vista diferentes, los pleitos, los deseos de mandar todo al traste ¡¡porqué somos seres humanos con virtudes y defectos!!, y cincuenta años es el tiempo que no tiene edad –como reza parte de una canción- hoy cuando veo a mi esposa envejeciendo me pregunto qué habría sido de mí sin ella o que habría sido de mí si en el otoño que ambos vivimos un espejismo hermoso y primaveral hubiera anclado en este puerto que muy pronto habrá de atracar.
No juzgue usted,  señora Maritza Espinoza,  con dureza las fotos que ve en el Facebook dando fe de una vida con todas las gracias y orfandades que en ella se gestaron, que los hijos sean unos hipócritas porque si los viejos tienen plata están desesperados porque se mueran y si no la tienen esperan que dejen de joder lo más pronto posible, piense que, no obstante todas las dificultades el amor pudo más  y los hipócritas llorarán, sólo debemos esperar que las uniones que formen estos  reflejen el amor que en vida los esposos se brindaron mutuamente. Finalmente los hijos, nietos yernos o nueras son consecuencia del amor de dos porque sólo dos llegan a esas fotografías aun cuando la monogamia no haya distinguido sus conductas.

En cuanto a las agresiones las relaciones humanas y las de pareja en particular son demasiado complejas para anatemizar al varón como el demonio mismo, hoy en día las mujeres piden tener derecho a matar a la vida que se desarrolla en su vientre, las mujeres deben mirarse el ombligo antes de encajarle al hombre todas sus vicisitudes, el Estado (no puedo asegurar que gobierno) debe dar una respuesta globalizante y no pretender solucionar el problema metiendo a la cárcel a todo abusador, el resultado, como lo estamos viendo es precisamente el contrario al efecto que se busca.

Una acotación final, olvidó usted a la familia “sindiásmica” antecedente de la monogamia actual.

LEAMOS AMIGOS GRAN PARTE DEL ARTÍCULO DE LA SEÑORA MARITZA ESPINOZA

http://larepublica.pe/domingo/1110621-no-me-ames-para-siempre-amame-hoy

NO ME AMES PARA SIEMPRE: ÁMAME HOY
    
Maritza Espinoza
Domingo, 15 de Octubre del 2017

Porque, en un principio, fuimos todos felices. Lo cuenta Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: la sociedad primitiva era un alegre todos contra todos, la pacífica familia punalúa, donde no existían obligaciones ni sanciones, y los hijos nacidos de tales uniones eran criados, con amor, por el clan entero, pues no existían bienes que heredar ni mujeres a las cuales obligar a la castidad para probar que tu descendencia era tuya, como ocurrió después, ya en la edad de los metales, cuando el hombre comenzó a explotar al hombre y a crear la riqueza individual, madre de todas las desgracias.

Y desde entonces, aún ahora, el amor, si no es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende, es una pesada cadena que arrastra cada uno de los implicados hasta que alguno no aguanta más y decide romperla, un grillete electrónico que un buen día empieza a hacer tic tac, como una bomba de relojería, una sentencia a cadena perpetua que, al final, encuentra a dos seres humanos odiándose por toda la vida que no vivieron por cumplir promesas que sabían que no cumplirían.

Por eso, cuando veo en el Facebook las fotos de aquellas celebraciones donde todos (hijos, nietos, nueras, yernos) elogian matrimonios que han durado cincuenta, sesenta, setenta años, siempre miro los rostros arrugados y forzadamente alegres de los homenajeados y trato de adivinar la nube de minúsculos odios rutinarios que habrán ido acumulando, las pequeñas traiciones, los insultos callados, y me convenzo cada vez más que la monogamia es la más terrible de las maldiciones que decretó la sociedad.

Estoy segura que, cuando comenzó, el romance de Lorena Álvarez y Juan Mendoza era un paraíso de amorosos suspiros, donde ella prometió fidelidad eterna y él, nunca mirar a otra mujer que no fuera ella (no lo sé a ciencia cierta, pero eso hacen todos los enamorados cuando las hormonas bullen y el deseo se concentra en una sola piel), y estoy segura de que Micaela de Osma y Martín Camino también fueron novios felices, de esos de marcación telefónica y claves de WhatsApp compartidas.

Si los seres humanos fuéramos racionales, jamás prometeríamos fidelidad ni amor eterno, porque ni siquiera sabemos quiénes vamos a ser en un par de años, porque solo Dios y los imbéciles no cambian, y tratar de compensar nuestras tristes inseguridades con solemnes juramentos no es más que una reverenda estupidez y, para muchas, un nudo corredizo que, tarde o temprano, se cierra sobre sus delicadas gargantas.

Si fuéramos sensatos, digo, prometeríamos amar hoy, y mañana de nuevo, y pasado mañana otra, y así cada día, sin futuros ni calendarios ni obligaciones. Estoy segura de que, así, los amores durarían florecientes hasta que se extinguieran, calmos, sin mostrar sus pétalos marchitos, sus olores a cementerio ni sus tallos podridos. Pero no. Desgraciadamente, nadie entiende el amor en libertad y trata de atarlo como pueda. Porque la pequeñez de nuestros sentimientos hace que queramos estirarlos como un chicle mil veces masticado y deglutido una y otra vez.

No digo que esa sea la causa de la violencia en las parejas. Los factores son muchos y van desde factores individuales hasta una crianza llena de taras y prejuicios. Sin embargo, estoy segura de que esa necesidad de cazar al amor como a una mariposa, para encerrarlo en un frasco llamado “estabilidad”, es el aderezo de ese plato envenenado que la civilización judeocristiana llama “familia”. El mismo que llevó a Juan Mendoza a decir algo tan salvaje como “no te mato, porque te amo”, y a Martín Camino a arrastrar, como a animal rumbo al matadero, a la mujer que un día juró amar y proteger.


No hay comentarios:

EXISTEN CUERVOS QUE NO SON MENSAJEROS DEL MAL, SON EL MAL MISMO

Mi esposa continúa AGRAVANDOSE, NO DUERME, solo dormita por escasos minutos sentada en una silla y a punto de caerse por su joroba, pues aho...