Excelente artículo del colega
Bullard y magnífica defensa de su
cliente, veamos si está en lo correcto:
Deseo que mi respuesta pueda ayudar al debate sobre este tema, especialmente al Ministerio de Agricultura que lo está impulsando.
El sustento o fundamento es
genial, la palabra no es palabra cuando lo que por ella entendemos basada en
nuestra experiencia se interpone la apreciación de un funcionario público
modificando su significado o uso que de
la palabra se entiende por la totalidad
de las personas.
El ejemplo del martillo es muy
interesante, me temo que el colega Bullard no conoce los muchos nombres que
tiene el martillo según su aplicación, para clavar, para moldear (martillo de
bola) los que usan los zapateros que sirviendo para clavar no se puede ir a la
ferretería y pedir un martillo (para zapatero)
a secas si el uso está destinado a un zapatero, los pequeños y finos martillos
de uso médico, en fin, este punto es anecdótico, lo relievante es sí en efecto el
significado de la palabra cambia cuando un funcionario, cuestión que NO es
cierta- salvo que sea químico, incorpora detalles relacionados NO con la
palabra, sino con el producto que la palabra dice representar, he ahí la astuta defensa que realiza Alfredo Bullard, sino el
contenido de un dulce, por ejemplo: la “mazamorra
morada” es un nombre compuesto “mazamorra”
+ “morada” porqué es ¡morada! Y se llamará “mazamorra” “cochina”
si el color es similar a la de la chancaca con la que está hecha y ninguna de
las dos son exactamente lo que la “palabra
–en este cada una de ellas- significa, pues contiene otros ingredientes que según el gusto de cada quién les podrá ser más
o menos agradable de acuerdo a experiencias anteriores.
En consecuencia, “sublime” que es
un producto químicamente elaborado, NO es chocolate aun cuando los
consumidores al pedir ¡un sublime! Piensen que comerán “chocolate” por los muchísimos
años que el producto está en el Mercado, lo que olvida Alfredo Bullard en la
defensa de su cliente es que, “chocolate”
estrictamente comprendido en su significado
NO es ni de lejos hablar del producto “sublime”, veamos un caso para para citar al propio Bullard,.... “en la noche
nos tomaremos un chocolate caliente donde la señora Deborah”, algún peruano,
salvo Alfredo Bullard tal vez, estará pensando que tomará un sublime caliente.
El chocolate finalmente es el producto
de un proceso, partiendo de la materia
prima -cacao- del cual deriva, natural, irse por las ramas para sostener su
astuta defensa no ayuda mucho.
Por otro lado, el que la
autoridad sanitaria sostenga CON TODA RAZÓN que “sublime” no es chocolate sino
un dulce con tal o cual contenido de
productos o esencias químicas, no impedirá que la gente consuma el dulce, sólo
que ahora sabrán que lo que les gusta NO es chocolate.
El que por la “costumbre” se identifique al dulce “sublime” con “chocolate” no lo vuelve chocolate, pensar lo
contrario es una barbaridad.
En cuanto a que se incrementarán
los precios para vender una golosina con
un alto contenido de cacao de buena o mala calidad es un tema irrelevante,
Alfredo Bullard podrá consumir un chocolate suizo o un sublime “mejorado” en las condiciones descritas a un
mayor precio porqué puede pagarlo, la mayoría siempre que se nos antoje
compraremos el sublime de siempre.
HE AQUÍ EL ARTÍCULO COMPLETO DEL COLEGA BULLARD
Alfredo Bullard
19.08.2017 / 06:00 am
No suelo tratar dos semanas
seguidas el mismo asunto. Pero voy a hacer una excepción. Parece un asunto de
poca trascendencia, pero en realidad no lo es. En los últimos tiempos el Estado
ha comenzado a regular el lenguaje, quitándonos la posibilidad de entendernos e
influir así en cómo se da sentido a las palabras.
Esta forma de regulación opera de
manera relativamente simple: un burócrata se atribuye la facultad de decidir
cómo se va a usar una palabra. Bajo esta lógica, determina que algo solo se
puede llamar de cierta manera si cumple con ciertos requisitos que, él decide,
son los relevantes.
El limitar el uso de las palabras
a lo que alguien quiere (o se le ocurre) puede ser muy peligroso. Puede
confundir a los usuarios de las palabras. O puede crear barreras al mercado que
limitan la competencia y elevan los precios. O puede servir para repartir
privilegios.
Es una variable de lo que en el
gobierno militar fue una práctica común. Se definían estándares en la
industria. Para poder importar algo tenía que cumplirse con ciertos requisitos
(por ejemplo, procesos técnicos, materiales, etc.). Por supuesto que esos
estándares no se ponían porque eran buenos para los consumidores, sino para
evitar la entrada de competencia y permitir a los productores nacionales cobrar
precios mayores. Se llama mercantilismo.
El control del lenguaje es una
herramienta poderosa para lograr lo mismo, o incluso cosas peores. El lenguaje
es un sistema cuyo orden no proviene de la creación centralizada. El lenguaje
es un orden espontáneo, cuyas reglas provienen de la interacción entre miles de
personas. Todos lo inventamos y nadie lo inventó.
¿Por qué llamamos ‘martillo’ a un
martillo? Porque el término fue aceptado colectivamente de manera espontánea a
través de la interacción. Todos sabemos que entendemos qué es un martillo por
nuestra experiencia. Si alguien le dijese que martillo es solo el que pesa más
de dos kilos, usted se reiría y lo calificaría de ignorante. Pero si ese
alguien es un funcionario público, el resultado sería que ya no podría llamar
martillo al que pese menos. Cuando vaya a la ferretería y pida un martillo,
usted y el tendero terminarán confundidos porque alguien le cambió el sentido
que usted le estaba dando al término.
El lío del chocolate Sublime es
el mismo. El uso de la palabra ‘chocolate’ no tiene su origen en regulaciones
legales. Estas llegan después para intentar limitar el orden espontáneo y
nuestra capacidad de entender por medio de la experiencia. No es que se llame o
no chocolate. Es que se pretende definir chocolate en contra de lo que la gente
entiende.
La palabra ‘chocolate’ proviene
del náhuatl, usada en México precolombino. No significaba barra con más de 35%
de cacao. Viene de ‘ātl’ (‘agua’) y ‘xococ’ (‘agrio’). Significa agua agria (o
amarga). Si le dicen “chocolate”, ¿usted se imagina un líquido amargo? No.
Usted posiblemente se imagine un líquido o una barra dulce de color oscuro con
un sabor característico. De hecho, el chocolate líquido que toma en Navidad no
tiene, ni de lejos, el porcentaje cuyo incumplimiento arrogantemente se enuncia
por el Estado y sus defensores como un engaño.
¿Por qué sería chocolate el que
tiene 25%, 35% o 50% de cacao? ¿Porque un funcionario así lo dice? ¿Por qué se
quiere que los productores de cacao vendan más a costa de mayores precios o
chocolates más amargos? El lenguaje se entiende porque sabemos, por
experiencia, qué significa una palabra, y no porque un funcionario defina un
solo significado válido para esa palabra. De hecho, si un niño le pide un
chocolate y usted le da una barra amarga, el niño dirá que lo ha engañado a
pesar de que legalmente se haya definido como chocolate. Y es que el chocolate
es un bien experiencia, es decir, uno que los consumidores eligen en función a
haberlo probado y decidir repetir su consumo con base en lo que experimentó.
Por eso es que no hay que
demostrar (como alguna vez pidió un congresista) que el jamón inglés viene de
Inglaterra, que el ají de gallina está hecho con un pollo hembra y que la
carapulcra es una cara bien lavada.
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