Muy buen análisis de Jorge Bruce,
este par de japoneses están montando toda una estrategia para que en el 2021
existan dos fujimori candidateando para ocupar la Presidencia del Perú, hasta
aquí no llega la opinión del articulista, son mis conclusiones.
EL PERDÓN ES PROPIO DE LA GRANDEZA, EL OLVIDO UN ERROR AL QUE LOS PERUANOS ESTAMOS ACOSTUMBRADOS.
Nunca olvidemos el comportamiento de los japoneses antes del 07 de diciembre del año 1941, tampoco las promesas del jefe del "clan peruano" antes de ser elegido, hizo exactamente todo lo contrario al serlo, igualito que en la fecha fatídica que acabo de mencionar.
HE AQUÍ
EL ARTÍCULO DE JORGE BRUCE-
publicado hoy 10 de junio de 2017 en La República
Uno de los problemas con el
espectáculo, que nos tiene fascinados, de la rivalidad de los hermanos Keiko y
Kenji Fujimori, es su capacidad de ocultar el problema de fondo. Como bien
señala el director de El Comercio, Fernando Berckemeyer, en su columna “La
Alfombra y el Fuego”, lo peligroso es la normalidad: “De todas las alfombras
que tapan las situaciones que tendrían que perturbarnos, ninguna es más eficaz
que la de la normalidad.”
Es la vieja historia de la rana que
es introducida en una olla de agua fría, la cual es calentada gradualmente
hasta hervir al batracio. A fuerza de cotidianeidad, hemos terminado
habituándonos a ser (co)gobernados por lo que César Hildebrandt llama una
“franquicia familiar”. De este modo las zancadillas entre la primogénita y el
benjamín del clan acaparan nuestras portadas. Asimismo, el eventual indulto al
padre de ambos termina siendo un asunto de la mayor relevancia en la agenda
nacional.
Lo que esto no nos permite ver
–mientras la temperatura del agua aumenta– es lo anormal de ser, en el siglo
XXI y en el periodo de apogeo de nuestra aún precaria democracia, una suerte de
súbditos de los herederos de una dinastía. La cual tiene como antecedentes una
historia de corrupción y violencia sin precedentes. Por ello los reclamos de
los familiares de las víctimas de ese régimen nefasto son tratados como ecos de
un pasado lejano que conviene olvidar. Peor aún, se les estigmatiza como
portadores del odio que nos impide avanzar como sociedad. O bien se acusa a una
supuesta élite sanisidrina, clasista y racista, de ser la que azuza el
resentimiento contra el fujimorismo.
Así es como vamos normalizando
una situación que debería perturbarnos. Los conflictos edípicos de la fratría
Fujimori deberían ser tratados en la privacidad familiar (puedo recomendarles
excelentes colegas, pero dudo que me consulten). Sin embargo, resultan críticos
para la gobernabilidad del Perú. Porque, vamos, los méritos esenciales de ambos
hermanos consisten en ser hijos de su padre. De no ser por ese apellido jamás
habrían llegado ahí. Esto que puede ser aceptable en otros ámbitos como el
empresarial (Carlos Monsiváis decía que en México no se estudia administración
de empresas sino de herencias), en política no debería serlo. No por lo menos
en una política seria.
Hasta Marine Le Pen se vio
obligada a expulsar a su padre. Felizmente, sin éxito en las urnas, gracias a
la habilidad política del Presidente de Francia, Emmanuel Macron. Un ex
banquero que entendió la urgencia de separar las finanzas de la política. Le
vendría de perlas, dicho sea de paso, algo de ese fino olfato a nuestro
Presidente. Y a los peruanos de toda condición nos vendría de maravilla
percatarnos de que nuestra situación no tiene porque ser inamovible. Un
apellido no otorga patente de corso, a menos que una resignada pasividad se lo
permita.
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