No preguntó si lo quería, tampoco si le agradó, tenía miedo al silencio más que a la respuesta, no recordaba, salvo, pocos años atrás cuando Livia apareció en su vida, encantadora mujer a la que no podía ofrecerle nada y por ello se alejó, haber mantenido relaciones carnales.
Pronto se cumplirían cuarenta años de haber visto por primera vez a Vivian quince años menor, hermosa como la ternura, seria como una sacerdotisa, devastadora como el Mar en la profundidad de sus ojos verdes, soñadora como la esperanza.
Tuvo en esa hora la paciencia y comprensión que la mente de Gerónimo necesitaba, sólo al verla desnuda entre las sombras y luces externas que las cortaban, pudo recordar la exquisitez del cuerpo femenino y lo que debía hacer.
Uno de los dos estaba libre, Gerónimo no había dejado de pensar en ella, Vivian tampoco, aunque no reconocía un lugar en su memoria para tan apasionada compañía.
Vamos a bañarnos por favor, pidió Vivian, agregando, mis hijas vienen por la tarde una de ellas, Milagros, la menor, me hará abuela el mes próximo, ¡fantástico! celebró Gerónimo y corrió a encender la luz, ¡no, no lo hagas!, ¿Por qué?, no deseo que me veas toda alborotada, Gerónimo obedeció, se acercó a la cama y le dijo: toda mi vida he visto tu corazón amor mío.
Ambos estaban vestidos y listos para despedirse, vamos a pasear unos momentos dijo Vivian, abandonaron la Casa, justo al frente un pequeño parque cubierto de árboles y flores, era para Gerónimo la invitación de la naturaleza a la felicidad, la poesía y el amor.
Caminaban en silencio, ella lo tenía tomado del brazo, él encantado de tenerla a su lado, de pronto Vivian dijo, ¡Mira! ¿Qué?, no puedo recordar cuando por este canal de regadío circulaba agua, y ahora la vida fluye en él, Gerónimo acarició la mano que sujetaba su brazo, Vivian apoyó su rostro en el hombro de él.